Carta de amor
Querida… algo que ya dejaste de ser para convertirte en deseada, así que…
Amada deseada:
Hoy iba paseando y en un escaparate vi unos Manolo Blahnik beige, lisos, simples, pero increíblemente llamativos. Me acordé de tí. De como caminas descalza cuando los tacones te han ganado la partida, de la silueta de tu empeine y del perfil de tus piernas que deja obsoleta toda naturaleza. Poco después me encontré con unos robustos Edward Green de cordones, marrones, imagen de la arrogancia y seriedad que se nos imprime de pequeños a los hombres y de la que, aunque yo no suelo hacer gala, el resto de mis semejantes sí.
Ambos eran fantásticos, brillaban en sus respectivos escaparates, eran nuevos, con la suela sin desgastar. Me fascinaron y me acordé de nuestra relación, de nuestros viernes que acaban en domingo, de nuestras discusiones potencialmente intelectuales y de tus llantos que solo consigo calmar leyéndote a Machado. Sin embargo, al llegar a casa, en la entrada, estaban las viejas Converse que me regalaste cuando aun estábamos en el instituto, y lo comprendí, todo se tornó claro, no somos Manolo Blahnik ni Edward Green, somos el desgaste que el tiempo nos ha marcado, lo bonito ya no es lo nuevo sino lo cotidiano, no es lógico, es amor, un crimen de lesa humanidad que a todos nos debería llegar, y es que como decía Neruda: “la escogí a usted porque me di cuenta de que valía la pena, valía los riesgos, valía la vida”.
Siempre tuyo,
Alberto.